por El cuarto fantástico
La primera vez que entré en el edificio estaba nervioso, era la primera vez que lo hacía y, aunque iba con mis compañeros, para mí hacer aquello era una responsabilidad bastante grande, a la vez que bonita. Nada más entrar vislumbré el escenario, pero lo que más nervioso me puso, fue ver al público asistente. Nos veían entrar y sus caras eran el fiel reflejo de la ilusión, de la diversión y de la esperanza. La responsabilidad crecía.
Arriba del escenario, la panorámica crecía, pero tras cantar la primera canción los nervios desaparecieron. Desaparecieron porque me di cuenta que el público no nos iba a exigir un gran concierto, unas buenas voces ni una buena puesta en escena. El público sólo quería divertirse, pasarlo bien y que aquello fuera una fiesta.
Entre el público pude ver concretamente a una persona que se me antojó especial. Era un abuelo de unos 80 años que era todo vitalidad. Reía, bailaba con sus compañeros de concierto –aunque, todo sea dicho, más con sus compañeras-, …en fin, disfrutaba. Ese abuelo me marcó, no sé, le vi algo especial. Pero al término del concierto no me atreví a decirle nada.
Justo un año después volvimos al mismo escenario, y mis ojos buscaron a ese viejo que me había marcado el año anterior. Lo volví a ver y las pautas fueron las mismas, seguía en forma y con muchas ganas de divertirse, lo cual fue una gran noticia para mí. Al término del concierto de ese año, sí que me animé a charlar un ratito con él:
-Muy buenas tardes caballero, le veo en forma ¿eh?
-Claro que si nene, yo he bailado toda mi vida, y ahora que tengo todo el tiempo del mundo pues aprovecho que el cuerpo aun me lo permite.
Estuvimos charlando un buen rato, me dijo que tenía 75 años, que su padre era de Crevillente, su madre de Novelda, y él, ilicitano. Se le llenó la boca con la palabra ilicitano.
-Yo nací en mi casa de Elche, y soy del Elche hasta la muerte ¿eh? Qué buenas épocas he vivido yo con el equip del poble. Y qué difícil se me hacía ir al estadio en mis años mozos, cuando no hacía más que trabajar…Ahora la juventud os quejáis de tó, leñe.
La conversación se alargó y pasó por casi todos los puntos álgidos de nuestro Elche CF. El primer ascenso a 1ª, la Cooperativa, la final de Copa, el Pichichi de Vavá, incluso el Gran Teatro. Para finalizar, me dijo:
-Por eso desde aquí, desde el asilo, os agradecemos de corazón que nos alegreis un poquito la tarde de la Nochebuena cantándonos villancicos y cançonetes del poble. Porque aquí dentro hay gente que no sabe ni lo que es el Elche como equipo de fútbol y se alegran de que un grupo de gente nos anime la tarde, pero yo me alegro doblemente, primero por lo que te acabo de decir, y segundo porque siento que me acercais un poquito al club de mi vida, porque yo ya no puedo ir al campo y me limito a escucharlos por la radio.
Aquello me acabó de cautivar, y decidí que visitaría al viejo al menos una vez al mes. En una de mis visitas, la primera tras la Nochebuena, le regalé una bufanda del Elche para que la luciera bien orgulloso. Su cara de ilusión y gratitud lo dijo todo.
Siempre que lo veía le decía lo mismo: ¿Qué hay de nuevo, viejo? A él le hacía mucha gracia. Nuestras conversaciones todas las veces versaban sobre diversos temas, pero siempre acabábamos con el Elche como tema principal. Yo le llevaba fotografías de los partidos de casa para que viera cómo estaba el estadio, la gente, los jugadores…
Una tarde recibí una llamada. Una de las peores de mi vida. El viejo acababa de fallecer en su cama del asilo de San José. Dos Nochebuenas y diez visitas mensuales después de conocerlo, el viejo me dejaba. Se fue mientras dormía, sin sufrir, sin hacer ruido, y según comentan las monjas que lo encontraron, con una media sonrisa en el rostro. El viejo seguro que murió soñando con el Elche.
Me acerqué al asilo para hablar con las monjas, y me dieron una cosa que terminó por hacerme llorar como un niño. El viejo había dejado a las monjas una carta para mí para el día en que él se fuera, me la dieran. En ella daba las gracias a la gente que se acerca cada Navidad a sacarles sonrisas y en su caso a acercarles su Club al asilo, y nos seguía animando a seguir haciéndolo. Me daba las gracias especialmente a mí por todos los ratos que pasamos juntos arreglando el mundo y al Elche CF. Y me decía que era su voluntad ser enterrado con la bufanda que le regalé en una de mis visitas.
Todo se hizo como él dejó escrito. En el asilo ha dejado un vacío enorme porque era el viejo más vitalista del mundo, el más bromista, risueño y soñador, y sus compañeros lo echan mucho de menos. En mi vida ha dejado un vacío enorme que lo lleno visitando su tumba una vez al mes, hablando con él de los mismos temas y siguiendo con la costumbre de llevarle fotografías de los partidos. En la tumba vi por primera vez su nombre de pila, se llamaba Adrián, pero para mí siempre será el “viejo”.
La Nochebuena está a la vuelta de la esquina, el viejo, físicamente ya no estará entre ese público anciano, agradecido e ilusionado, aunque sé que su alma seguirá con nosotros.
Sé que cuando el día 24 de Diciembre llegue a la puerta del asilo de San José, antes de entrar, miraré al cielo y preguntaré: ¿Qué hay de nuevo, viejo?
